YERMA

Yerma, tal y como lo define su autor, tiene como idea catalizadora el tema de la mujer estéril, y la obsesión esperanzada de su protagonista por ser fecundada y alcanzar la maternidad. De la frustración por la imposibilidad de colmar ese deseo íntimo y vital, surge un poema de extraordinaria belleza trágica que es un grito desgarrado contra la naturaleza, aquella naturaleza que es enemiga de las mujeres y de los hombres que nacieron con un sino contrario a ella. 

La soledad del empeño, la incomunicación con su entorno y la imposibilidad de salirse de los cánones sociales establecidos, obstaculiza el propósito de nuestra heroína, que contrasta con la fertilidad del mundo exterior, en la cual ella encuentra la antítesis a su existencia. Por ese motivo, y de forma inexorable, como todo gran personaje trágico, hallará un destino en correspondencia con la magnitud de su obcecación.

Intensa, fuerte, extrema y desmedida, Yerma nos sigue sobrecogiendo, a pesar de hablarnos desde un pasado rural no tan lejano en el que, al margen de la función jerárquica en la educación de los hijos, se valoraba la capacidad reproductora de la mujer, en contraposición a los tiempos actuales en el que la maternidad se posterga, se induce, se comparte o se evita voluntariamente.

Quizás por ese motivo, más que nunca, debiéramos volver a revivir el anhelo telúrico de Yerma, e interrogarnos por lo que hoy día representa.