La sustancia de los sueños

LA SUSTANCIA DE LOS SUEÑOS

(BUÑUEL Y CHOMÓN)

Nadie mejor que William Shakespeare para justificar el territorio onírico en el que tan bien se movieron estos dos aragoneses.

En La tempestad (The Tempest, representada por primera vez en 1611) se nos dice, con la maestría incuestionable del bardo inglés:

“Estamos hechos de la misma sustancia de la que están hechos los sueños/, y nuestra pequeña vida se encierra en un sueño.” (“We are such stuff As dreams are made on/, and our little life /Is rounded with a sleep.)

El cinematógrafo, muy pronto demostró, gracias a maestros como Segundo de Chomón, que era el mejor medio para “materializar los sueños”, para convertirlos en poesía, en arte y, por qué no decirlo, en “industria cultural…”

Este espectáculo multimedia que reúne música e interpretación en directo, un montaje de imágenes de las creaciones de Chomón y Buñuel y creaciones audiovisuales en 3D, relaciona y conecta los universos presurrealistas de algunos filmes de Chomón con los iniciales manifiestos surrealistas de Buñuel, y su insistencia en un modo artístico vanguardista que siempre se manifestó en su cine. Buñuel, maestro en mostrarnos de qué está hecha la materia de los sueños.

Las secuencias oníricas de los filmes de Chomón son a menudo las más interesantes, El viaje espacial “escapista” de Viaje a Júpiter (1909) forma parte de un sueño, y los trabajos de animación (todo un repertorio de técnicas que van desde la animación con plastilina a las sombras chinescas y el dibujo animado) para Una excursión incoherente (1909).

Y resulta inevitable retomar las palabras de Agustín Sánchez Vidal sobre ese filme: “En definitiva, una excursión tan chomoniana como incoherente, en la que hace gala de una fantasía onírica tan desbordante que si el vocablo hubiese sido de uso común, ese adjetivo, debería sustituirse sin género de dudas por el de surrealista” (SÁNCHEZ VIDAL, A. (1992): El cine de Chomón, Zaragoza, CAI.).

Hay que destacar que hubo un movimiento artístico conocido como Los Incoherentes, que alcanzaron su mejor momento entre 1883 y 1891, siendo sus mejores representantes Emile Cohl (precisamente uno de los maestros en el cine de animación) y Jules Lévy. Una vez más, citando a Sánchez Vidal, son “un eslabón perdido hacia el surrealismo” del que tanto Chomón, como Buñuel fueron conscientes.

Aunque a nosotros nos gustaría decir que son, sin duda, unos antecedentes poderosos del movimiento surrealista para el cine; y que primero Chomón y luego Buñuel, con unos presupuestos ya plenamente asumidos (en cuanto a los sueños y las entonces incipientes teorías de Freud), fue capaz en Un perro andaluz (Un chien andalou, 1929) y La edad de oro (L´Age D´Or, 1930), de crear dos insuperables filmes surrealistas que suponen sendos manifiestos audiovisuales, sólo superados por el propio Buñuel, en películas aparentemente “naturalistas” pero que albergan un surrealismo pleno gracias a secuencias clave en Las Hurdes (1933), Los olvidados (1950), Nazarín (1959), Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962), Simón del desierto (1965), Belle de jour (1967), El discreto encanto de la burguesía (1972), El fantasma de la libertad (1974) y en el cierre de su trayectoria, Ese oscuro del deseo (1977), cuyas alusiones erótico-sexuales enlazan, por un lado con sus primeros filmes plenamente surreales, y con el que fue el último trabajo de Segundo de Chomón, la magistral secuencia onírica de El negro que tenía el alma blanca (Benito, Perojo, 1927), en palabras de Román Gubern (a su vez citadas por Agustín Sánchez Vidal en su monografía ya citada sobre Buñuel) es “magistral”,  “totalmente surrealista” y en la que “El negro se convierte en un gorila gigante…El encuentro del negro desnudo y de la chica en la húmeda cavidad de la boca del gorila resulta absolutamente sexual.”